mono

Los africanos tienen una manera muy ingeniosa de cazar monos: atan a un árbol una bolsa de piel con arroz, la comida favorita del mono. En la bolsa hay un agujero de tamaño tal, que por allí pueda pasar justamente la mano del mono, pero una vez este llena su puño de arroz, cierra la mano firmemente y ya no podrá sacarla de nuevo, entonces quedará atrapado. En ese momento sale del escondrijo el cazador; el pobre mono grita, salta, se debate en vano; el cazador lo apresa. El mono no hubiera tenido más que abrir la mano y soltar el botín para estar a salvo.

¡Ah, sí! Pero prefiere el cautiverio, prefiere la muerte, antes que desprenderse del puñado de arroz.

En ocasiones los seres humanos le damos razón a Darwin y pareciera  que con nuestra conducta de «puño cerrado» evidenciamos que descendemos del mono; nos aferramos a muy poco y terminamos perdiendo lo esencial.

Cambiamos …

-La vida por dinero

-La paz por activismo agobiante

-La eternidad con Dios por depositar la confianza en otros dioses

-El hogar de muchos años por una noche de placer

-La libertad de opinión por la mal llamada tolerancia

Al otro lado de la vida, el evangelio nos cuenta de los que se liberaron del arroz, dejando de ser monos.

«Y dejando sus redes…» (Marcos 1:18)

«… dejó su cántaro» (Juan 4:28)

«echando toda vuestra ansiedad sobre él…» (1 Pedro 5:7)

Para estas personas, las redes, el cántaro y las cargas de la vida, eran los elementos de su subsistencia, eran las seguridades que les daban tranquilidad, eran quizá lo único valioso que tenían; dejarlos tuvo un alto costó, fue un riesgo que dejaba su vida frágil. ¿Cómo sobrevive un pescador sin redes?, ¿en qué almacena una mujer el agua que lleva a su casa al dejar su cántaro?, ¿cómo justifica la queja el que la carga sin dejarse ayudar?

A pesar de estos razonamientos lógicos, el Señor demanda que quien quiera seguirle DEBE DEJAR; no para provocarle inseguridad, sino para afianzar la dependencia y ganar lo más preciado de Él. “Así que no puedes convertirte en mi discípulo sin dejar todo lo que posees.”

(Lucas 14:33)

¿Qué te estará llamando, en estos días, el Señor a dejar?

¿una amistad o un noviazgo que no agradan a Dios?

¿la comodidad que proteges para que nadie te interrumpa?

¿algo de dinero que pensabas usar para ti?

¿unas horas de sueño para dedicarlas a buscarlo a Él?

¿la seguridad de un salario, para servirle a expensas de Él?

¿el derecho a reclamar lo tuyo?

No seamos como el mono, que pierde todo por un puñado de arroz, que, aunque parezca valioso, no dejará de ser solo un poco de arroz; abramos la mano y seamos libre para seguir a Jesús.

Alvaro Fernández Sánchez