En tiempos en los que el mensaje populista ha calado profundamente en gran parte del pueblo evangélico, entró de moda la perspectiva de un Jesús inclinado casi exclusivamente a resolver problemas sociales. Para algunos la pertinencia del Evangelio se mide solo por las palabras de esperanza a la clase oprimida y a las minorías. A este Jesús, que se ha despojado de su gloria celestial, ya no le interesa la gloria de Dios, habla tanto de la compasión que se olvidó de la justicia, se olvidó que el amor y la verdad van tomados de la mano. Es un Jesús que abraza a los despreciados y no pide nada, a él no le interesa que las personas sean llamadas al arrepentimiento. Este es un Jesús llamativo, pero no es el Jesús de la Biblia, es una caricatura heroica más parecida al Robin Hood medieval que al galileo que trastornó el mundo del primer siglo. Vender esta imagen del Dios encarnado genera expectativa y mucha crítica al cristianismo, pero no es verdadera. El Dios de la Biblia no se puede encasillar bajo esta única perspectiva.
Puede resultar inconcebible que Dios le haya pedido a su pueblo que acabara con todo a su paso al tomar lugares ya habitados y así llevar a cabo sus promesas y el juicio a otras naciones (Deuteronomio 7). Esto no puede usarse como excusa para nuevas acciones bélicas o justificar el despojo de tierras en la actualidad, pero sí fue la manera en la que entregó la tierra prometida a su pueblo en el pasado, nos puede incomodar, pero esa fue su voluntad. Claro, para algunos, los relatos de este tipo demuestran que el Dios del Antiguo Testamento es diferente del Dios del Nuevo, ya que la encarnación cambia la perspectiva de Dios al enfrentarse en carne propia al dolor humano. Sin embargo, el Nuevo Testamento también relata situaciones que generan preguntas, sobre todo teniendo en cuenta los énfasis en el amor y la gracia de Dios revelados a través del mensaje de Jesús.
¿Por qué permitió Dios la muerte de tantos niños mientras guardaba a su Hijo de las manos de Herodes? (Mateo 2:13-18). Es lógica una relación entre este relato y el de Éxodo cuando Dios libera a Moisés para mostrar el cumplimiento de la Escritura en Jesús, pero esa realidad no soluciona el “dilema moral”, pareciera ser que la defensa de aquellos infantes no estuvo en la mente del Señor, guardó a su Hijo a expensas de otros. La respuesta de Jesús a los que pensaban que la libra de perfume de nardo tendría un mejor destino si se vendía y se daba a los pobres no representa la escala de valores del Evangelio, algunos pueden objetar las intenciones de Judas, pero eso no cambia el sentido de la respuesta, Jesús elogió la actitud de la mujer y reconoció que los pobres siempre estarían presentes (Marcos 14: 3-9; Juan 12:1-7). Esta no es una apología a la pobreza, pero en este caso, dar el dinero a los necesitados no fue lo primero para Jesús, no se trata de si nos gusta o no su respuesta, simplemente reconoció lo que hizo la mujer como un acto legítimo de adoración. La muerte de Ananías y su esposa por mentir al sustraer parte de la venta de su propiedad sigue generando desconcierto entre muchos (Hechos 5:1-11) ¿qué clase de Dios es este que mata por una mentira? ¿dónde quedó la gracia del Evangelio?
Nos enfrentamos a verdaderos desafíos de fe. Dios actúa de formas que no entendemos y con las que quizá podemos no estar de acuerdo, por eso incomoda. Dios no es incómodo por servir y contaminarse con los despreciados, a la postre eso solo incomoda a los religiosos. Dios es incómodo porque actúa de forma soberana, independientemente de nuestros razonamientos, interpretaciones o aprobaciones. Es incómodo porque no se deja encasillar en un lado o en otro. El Evangelio produjo persecución porque no solo confrontó a la clase religiosa judía, también confrontó realidades morales y estructurales del imperio. Cuando únicamente se hace énfasis en el amor y la aceptación de los desvalidos, pero no se confronta la maldad en todas sus expresiones, el Evangelio deja de ser Evangelio, se convierte en populismo al olvidar el componente santificador del mensaje.
Esta visión del actuar humano de Dios está sumando adeptos que no quieren saber nada de transformación, del fruto del Espíritu, de arrepentimiento, de reconocer sus pecados y mucho menos de santidad. El legalismo ha hecho su parte, pero el Evangelio no se puede tirar a un extremo que desconozca la necesidad de cambio. Sí, el Evangelio es libertad, pero no libertinaje (Judas 3-4). El Evangelio no es moralista, pero sí llama a la santidad (1 Pedro 1:13-16). El Evangelio llama a no juzgar a los demás, pero confronta el pecado y llama a la transformación (Efesios 4-6). El Evangelio muestra a un Dios que actúa de acuerdo a su voluntad, que no necesita etiquetas y no depende de lo que los hombres crean moralmente justo.
No se trata de que Dios tenga una doble moral o que nos sintamos impedidos para aceptar su voluntad, se trata simplemente de reconocer que es soberano y que muchas veces no entendemos su manera de actuar. Hay cosas de la voluntad de Dios o de lo que él permite que llegan a ser verdaderamente incómodas, situaciones con las que podemos tener un dilema moral, pero que no cambian en absoluto el carácter de Dios. La Palabra del Señor ha contado su revelación a través de la historia mostrando su soberanía y autonomía. Aunque tratemos de dar respuesta con interpretaciones parciales del Evangelio, él sigue siendo Dios, por eso nunca serán suficientes nuevas lecturas teológicas que intenten descifrar su mente (Isaías 40:13-14).
© Andrés Giraldo